Día Sexto


Por PAULA MARGULES

Día sexto.

… Hay Uno que es el que es y no habita en estatuas; hay
Uno que Es lo que ES y habita en Sí Mismo y en todos y cada
uno de los hombres, aunque los mismos hombres no lo sepan…

Eduardo Gudiño Kieffer, El príncipe de los lirios

ㅤㅤㅤEl hálito fue palabra.
ㅤㅤㅤY se hizo luz.
ㅤㅤㅤY hubo día. Y sobrevino la noche.

ㅤㅤㅤY hubo Tierra y hubo Agua.
ㅤㅤㅤY hubo Aire. Y hubo Fuego.
ㅤㅤㅤNoria inagotable.

ㅤㅤㅤLas plumas volaron hasta hacerse pájaros.
ㅤㅤㅤDe las chispas nacieron letras.
ㅤㅤㅤY aún Todo parecía Nada.

ㅤㅤㅤEl Enigma se hizo Mujer. Y vio el Jardín. Y supo que estaba en el centro mismo de la fiesta. Y caminó entre olivos y contempló las higueras y se acercó a un granado. Y así anduvo, dejándose guiar por los colores. Y olió ese aroma verde y gozó al sentir el pasto tierno en las plantas de sus pies. A ella, no le alcanzaba la vista para tanto deleite. Y se acercó al árbol de flores rosadas y, con extremo cuidado, bajó una rama y arrancó un fruto. Era un durazno. Ella se sentó sobre una gran piedra, a orillas de un lago transparente, y miró el cielo, y sonrió al darse cuenta de que las plantas y las flores se reflejaban en el agua. Y, por puro instinto, ella sumergió el durazno y jugó con el agua que caía de su mano cuando lo sacó del agua, y lo puso muy cerca de su nariz y aspiró ese aroma distinto y mordió y gozó la pulpa dulce; una gota de jugo bajó desde la comisura y se deslizó por su cuello largo y delgado; con la punta del dedo índice, ella subió la gota, suave, hasta la puntita de la lengua y saboreó ese deleite original, flamante, y cuando terminó de comer, sin hacerse preguntas, con las manos hizo un pocito en la tierra y puso allí el carozo y lo cubrió con la misma tierra que había sacado. Después, ella entró al lago y se sumergió hasta que el último de sus cabellos negros y largos quedó bajo el agua fresca, transparente, viva. Y emergió y volvió a hundirse y, una vez más, surgió y se zambulló y al subir, abrió los brazos y se entregó al lago para flotar de cara al sol, las manos abiertas para que el agua tocase cada milímetro de su cuerpo, ¿mi cuerpo? ¿O Su cuerpo?

ㅤㅤㅤElla salió del agua y se recostó sobre la misma piedra donde se había sentado un rato antes, a comer el durazno. Se sintió alegre, enérgica, caminó por el Jardín, como si fuese la primera vez. Anduvo entre árboles y criaturas distintas hasta que detrás de un magnífico nogal, lo vio a él: bello, majestuoso, fuerte. Vulnerable. Ella se acercó. Y él se alejó. Ella insistió. También, él. Ella se sentó entre las grandes raíces de otro árbol frondoso y bajo; sintió en su piel, los pliegues rugosos de la corteza, y en reverente silencio, agradeció al Creador, el esplendor de todas Sus maravillas.
ㅤㅤㅤY esperó.

ㅤㅤㅤMinutos después, ella escuchó, un rumor de hojas chocándose entre sí, animadas por la brisa; giró hacia atrás para ver desde dónde venía el sonido; sólo vio el hombro de él, que también giraba, sin saber que al darse vuelta, la encontraría de frente. Perplejo, él la contempló sin decir una sílaba. Ella le ofreció una sonrisa tranquila, franca. Y siguió esperando. Hasta que él se acercó y dijo:

– ¿Recién llegás?
Java mantuvo la sonrisa. Y el silencio.
Él, aún de pie, le contó que su nombre era Adam, y preguntó:
– ¿Tenés nombre?
– Soy Java.
– ¿Recién llegás?
Ella lo invitó a sentarse. Y a conversar.

Después de un rato, él la invitó a caminar.
Ella aceptó. Anduvieron por senderos bordeados de lirios y de amapolas; él insistió:
– ¿Recién llegás?
– ¿Probaste los duraznos?
– ¿Duraznos?
– Vení; te muestro…
Y lo dejó creer que él había llegado antes.

Por Paula Margules

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